dimarts, 11 de gener del 2011

AYUDAR AUNQUE LLORE EL ALMA. II parte

Hay de todo como en botica. Lo bueno, lo malo y lo feo. De toda esa variedad de especimenes de la profesión médica, entre los cuales naturalmente me encuentro; el otro, el paciente, logra hallar aquel que considera capaz de ayudarlo en alguna contingencia de su vida. Es posible que se logre definir y delinear teóricamente un modo óptimo de interacción para ayudar al paciente.

Creo, sin embargo que las recetas, los protocolos, los manuales de procedimientos, en este caso en particular, tienen un valor relativo. Estamos nuevamente ante la cuestión de ser o no ser. Para no sonar tan obviamente shackesperiano, en la cuestión de "ser" médicos, y "hacer" las cosas que hacen los médicos. Cada uno de nosotros puede ir haciendo una corrección en ese diálogo ser – hacer, para producir discursos genuinos y conductas personales lo suficientemente flexibles y efectivas, para ser volcadas en las interacciones con los pacientes.  Sin esta esperanza el presente trabajo carecería por completo de valor.
Aún así podemos aseverar que en el laberinto achaparrado de la RMP hay lugar para todos. Esto no debe ser interpretado como una apología del relativismo, del “todo vale”; sino que simplemente intenta describir una realidad incontrovertible que, puede ser mejorada y mucho, atendiendo a criterios reflexivos y pedagógicos de optimización en competencias relacionadas directa o indirectamente con la RMP.
En esa variedad propia del quehacer de los médicos, habitualmente se encuentra solapado, puesto a un costado, menospreciado el dolor del propio médico, el callado lamento de su soledad. Dicen que no se puede dar lo que no se tiene, ¿será verdad? Estoy convencido de que en líneas generales es así, mas he visto dar ánimos a sus pacientes a colegas que estaban al borde de su propio colapso. He sido testigo de la actuación de médicos acuciados por sus por sus propios miedos dar aliento, proponer conductas y medicar a pacientes acertadamente a pacientes portadores de estados de pánico. He visto a médicos con varios by pass en sus coronarias, tratar a pacientes que presentaban cardiopatías de diversa índole y de diversa gravedad de manera firme, acertada y segura. Es posible que uno no sepa de donde salen las fuerzas para ofrecer lo que no se tiene o lo que no se sabe que se tiene, pero cuando la vocación actúa como un imperativo, lo que no se tiene, se da. Quizás lo que decimos dar, no sea más que un devolver al paciente, de manera ordenada, lo que surge del encuentro humano de la interacción médico – paciente.

He tenido oportunidad de atender a pacientes estando yo mismo al borde del desgarro interno, poniendo en un segundo plano el propio dolor. Recuerdo una vez que iba a ver un paciente mientras lloraba solo en el auto, había sufrido una pérdida familiar irreparable, me temblaban las manos y mi cuerpo tiritaba. La paciente era una señora de 75 años que permanecía desde hace tiempo postrada en su cama a raíz de un EPOC (Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica). Su patología se había regagudizado, las sibilancias se escuchaban desde la puerta de su dormitorio. La consulta se desarrolló dentro de los márgenes habituales y al despedirme la señora me espetó: “gracias por darme ánimos, ahora me quedo un poco más tranquila”. Y de nuevo a llorar en el auto.

La mía es una anécdota sentida pues me recuerda mi propio estado en ese momento, sin embargo he visto a algunos de mis colegas desarrollar hazañas en medio de su propia penuria.
“El médico siempre debe estar dispuesto”.
Es una máxima demasiado exigente a la que algunos médicos hacemos caso cayendo presas de nuestra propia e ilusoria omnipotencia. Nuestra vida recorre esos carriles con cierta frecuencia. Ni el médico es omnipotente, ni debe estar siempre dispuesto. Pero... ¿No es tranquilizador para algún paciente anónimo que vive su enfermedad en la que el tiempo no pasa, en la que el dolor mengua su persona hasta casi anonadarla, tener en el puño de su mano el número de teléfono de alguien que se propone como siempre disponible a correr en su ayuda?


Cuando alguien se retira del consultorio llevando en su mano la receta para tratar la angina de su niño y que prevé una noche de fiebres y baños templados, y escucha de su médico las palabras: “Cualquier cosa me llama, sea la hora que sea”. Necesariamente se produce el alivio, ya la fiebre no será la misma fiebre, ni el desvelo el mismo desvelo.


Lo escrito suena al más recalcitrante romanticismo, y ciertamente lo es. Juzgo que no está de más dar una pincelada épica a tanta cotidianeidad rutinaria. Es cierto también, que los médicos no siempre estamos dispuestos a escuchar las penas ajenas, nos basta con las propias. Aún así, y quizás por esa misma causa la jerarquía del servicio prestado, no siempre el óptimo, es agradecido por el paciente en grado sumo. La comunidad médico - paciente se edifica más solidamente en la realidad de que el dolor no es tu dolor, es nuestro dolor, tu necesidad no es tu necesidad, es la nuestra. El paciente percibe este matiz, y la labor del médico se ve sostenida, y engrandecida con la colaboración incondicionada del paciente perspicaz.  

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